El juglar imperecedero
Crítica
30 de enero de 2016. Teatro Mira de Amescua. Guadix (Granada)
Crítico, irónico, ingenioso, mordaz, y divertido hasta en el descanso, este cuentista de talento y oficio contagia entusiasmo de solo verlo rebozarse en su salsa. Más de treinta años sobre los escenarios no han pasado factura a un Brujo encantado (y que encanta) con su profesión. Eso, o es tan buen intérprete que parece estar disfrutando el espectáculo tanto como sus interlocutores de principio a fin. Entregada la beatísima Guadix a una carcajada unánime y constante con chiste tras chiste sobre la institución católica y su fauna, Rafael Álvarez demuestra que no hay perfil que se resista al discurso de este Cómico.
El juglar de las contradicciones de esta fecunda tierra tira de ablismo, que no es una corriente instaurada por los oriundos de Abla, sino un truco ágil por el que entremezcla discurso popular con elevado; temas de más empaque intelectual sazonados con anécdotas personales (reales o inventadas, qué más da), apuntes históricos, crítica de actualidad e, incluso, un homenaje al flamenco, sacado con gusto del fondo de la chistera.
El mago de las mil máscaras brinca jovial de baldosa en baldosa amarilla sin necesidad de disfraz, mobiliario, atrezo ni baldosa. Minimalista en escenografía, que no en registros, parte de la trivial excusa de una supuesta ruptura amorosa para pasearnos por la literatura de los místicos españoles. De ahí a Quevedo, Alberti o Conchita Montes hay solo una paso dialéctico que alguien de la talla escénica de El Brujo es capaz de hilar sin que le salten las costuras.
Todo ello sin que el empático espectador tenga necesidad de consultar el reloj o los mensajes no leídos del wasap1, ávido de asistir a otra hipotética conversación entre el cordobés y doña María Teresa León, satisfecho de haber vencido la pereza del abrazo del sofá para acudir al teatro y confraternizar como en un corral de comedias del s. XXI.
Si algún pero hubiera de ponerle sería el pasarse de frenada en histrionismo al recitar. La complejidad de los poemas a la que el actor alude durante la función se alía a la velocidad, la impostada declamación con la que los pronuncia y el reclamo al embelesamiento de sus manos, impidiendo que el espectador pueda querer atenderlos.
Un recital brechtiano (tal vez esto a él le haría gracia. A mí me la haría si un crítico hablase así de mi monólogo) por la disimilitud entre lo dicho y lo hecho. Salvando la concreción en la mímica que acompañaba al Gracias y desgracias del ojo del culo, la oda escrita por Quevedo a tan imprescindible parte del cuerpo, el extrañamiento que provoca el movimiento del actor durante la exposición lírica desvía de forma contundente del contenido de esta.
En cualquier caso, queda más que excusado el autor, monologuista, trovador, cómico y actor si en su recital de virtudes no destaca como el mejor de los bardos.
Cuando se trate de El Brujo, no piensen en las seis cervezas que se pueden beber de ahorrarse la entrada al teatro. Mal planteamiento ese.
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Ficha técnica y artística:
Guión, dirección e interpretación: Rafael Álvarez, El Brujo.
Publicado originalmente en http://luxedden.blogspot.com.es/