Una historia negra con final abierto
Crítica
15 de enero de 2016. Teatro Alhambra. Granada.
Después de la confesión inculpatoria con la que San Juan arranca el espectáculo, llega el victimismo: ¿Qué hizo mal el actor para caer en desgracia? ¿Es su falta de oportunidades laborales producto directo de su acción o de su omisión?
Se lo pregunta alguien que, en lugar de hacer un Bodas de Sangre o un Hamlet, viene a presentar este Autorretrato de un joven capitalista español. Un relato que, al meter las narices en los despachos y salones de nuestra historia reciente, hace una elección sobre un camino y no otro, y así, San Juan, con este y otros montajes, con su proyecto de Teatro del Barrio, ha de pagar un precio por su osadía. Temeridad, por otro lado, oportuna (algunos dirán que hasta oportunista) en los tiempos que corren. Él consagra con este montaje su sanbenito, y no hay vítores y alabanzas institucionales para los que miran con recelo las manos que han de repartir el pastel.
Partiendo del último régimen dictatorial instaurado en España, dos cuestiones de fondo desarrollan el hilo argumental de este monólogo escrito y protagonizado por uno de los actores de Animalario: ¿Son los déficits democráticos y el atraso socio-político de este país resultado en buena medida de la Transición? Y ¿podría establecerse un paralelismo histórico en la actualidad con una etapa de cambio similar a aquella transición? Una pregunta que empieza a sentirse como un dèja vu en tanto que muchos tenemos la sensación de estar ante la posibilidad de cambios trascendentales en cada cita electoral. Así de intensos somos, y así de trágicos también, en tanto que esos, al parecer, ansiados cambios no llegan a cuajar. Y mientras analistas y tertulianos debaten, unos echando la culpa al establishment, otros a una supuesta idiosincrasia de los españoles, el resto nos quedamos embobados siguiendo el esférico con la cabeza y… ¡Uy, casi!
En este montaje que concede toda la artillería al contenido, encontramos a un Alberto directo, aunque sin prescindir de sus principales armas: el humor y la ironía; un Alberto maduro, tranquilo y humilde en su yomeloguisoyomelocomo, que analiza, denuncia, se lamenta y se inculpa, pero que también se ríe (de sí mismo y de los demás), y, sobre todo, que acepta el reto de vivir, crecer, aprender y dejarse sorprender por el devenir. Vemos a un Alberto que, tras advertir su escepticismo, empieza a creer. “¿Y por qué no?”. ¿Quién nos dice que esta historia ha acabado o que tiene que acabar como todo apunta que acabe? Este es el más valioso de los mensajes de esta obra, interesantes apuntes bibliográficos aparte.
No voy a establecer complicidad con el autor en su insistente “esto no es un espectáculo de teatro” (les sigo dejando ese terreno a los puristas), pero a muchos no gustaría que, además de a los escenarios, esta pieza se llevara a los centros de enseñanza para que los jóvenes puedan escuchar lecciones distintas a las impartidas por las grandes editoriales y los grandes grupos de comunicación. Que pudieran escuchar distintas voces y cotejar para que cada vez menos generaciones crezcan –como la de Alberto, como la mía- “en la ignorancia y el miedo”.
Esta historia sobre Historia se presenta bien hilada, aunque San Juan perdiera fuelle en varios momentos de la exposición. Suerte que cumple su objetivo de mover a la reflexión, por lo que el espectador puede entregarse en estos momentos de pérdida de intensidad a su estimulado pensamiento. Y que lo haga sin remordimiento, ya que San Juan tiene el nada desestimable mérito de lograr la complicidad con el espectador y de hacer que este se sienta igual de cómodo con las luces de sala encendidas que apagadas, siendo interpelado e incluso observado por el actor. Lo cual permite, a su vez, que los espectadores sean observados, sentidos y medidos por otros espectadores, y llevar a una última cuestión sobre este Autorretrato: ¿Por qué si la risa casi unánime del teatro ante un irónico San Juan, si la reconfirmación ante el discurso crítico, si la ovación a la invitación del autor a no temer al verdadero significado de la palabra democracia… Por qué, si todo esto, seguimos dónde estamos?
A falta de poder dar una respuesta satisfactoria o acaso una sola respuesta, y queriendo ser fiel al espíritu de esperanza brindado por San Juan, me sumo a hacer míos los bien traídos versos de Gil de Biedma con los que se cierra el espectáculo:
“(…)Quiero creer que nuestro mal gobierno
es un vulgar negocio de los hombres
y no una metafísica, que España
puede y debe salir de la pobreza,
que es tiempo aún para cambiar su historia
antes que se la lleven los demonios.
Quiero creer que no hay tales demonios.
Son hombres los que pagan al gobierno,
los empresarios de la falsa historia.
Son ellos quienes han vendido al hombre,
los que le han vertido a la pobreza
y secuestrado la salud de España.
Pido que España expulse a esos demonios.
Que la pobreza suba hasta el gobierno.
Que sea el hombre el dueño de su historia”.
Ficha artística y técnica:
Alberto San Juan/Teatro del Barrio
Autor, dirección e interpretación: Alberto San Juan
Diseño de iluminación y técnico en gira: Raúl Baena
Publicado originalmente en http://luxedden.blogspot.com.es